Los supervisores

viernes, 31 de diciembre de 2010

Chau, chau, chau, Año viejo. Hola, ¿qué tal, Año nuevo?

Cuando era chica, a las doce se podía oír esa canción en la radio local. Ahora ya no soy más chica (ni de edad ni de tamaño), pero siempre me salta en la memoria esa canción cuando llega esta fecha. La busqué en youtube pero no está. Pero no es el motivo de este post, el motivo es que a veces me gusta ser igual que todos los hijos de vecino y hacer el consabido balance. Para mí fue un año copado, con muchas vueltas de tuerca y cambios esperados e inesperados. Me recibí, conseguí mis primeros trabajos "en mi elemento" y hasta me di el lujo de rechazar cosas por no tener tiempo suficiente. Viajé, me reencontré con gente muy querida y pude cerrarle la puerta a amistades tóxicas sin miedo. Estuve a dieta, bajé alguito y decidí dejarme de joder con  preocuparme tanto acerca de como me veo. Creé este blog y gracias a el conocí gente nueva muy divina. Decidí mudarme a Buenos Aires y ahora lo concretaré a partir de enero. Estoy contenta y entusiasmada. Para mí el 2010 fue un año muy bueno y lo voy a recordar con cariño. Espero que para ustedes también lo haya sido, y en caso de que no fuera así, que en el 2011 puedan tirar la casa por la ventana de tanta bienaventuranza junta. ¡Felicidades!


¡Y a descorchar todo lo descorchable!

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Off you go

Luego de una corta y efectiva charla con mi madre, logré organizar mi marullo de cabeza y puedo contarles que me voy contenta (pero igual, un poquito temerosa) a la ciudad con el intendente más pejerto de Argentina. Los gatos quedarán acá hasta que tenga una morada fija y mi partida se dará a fines de enero, una vez que me haya ocupado de todos mis asuntos misioneros (o misionenses, como dicen ciertas profesoras de lengua). Así que eso, me voy a aprender a caminar con cara de ojete y a putear piqueteros (?), a hablar con la "sh" y a convencerme de que más allá de la General Paz tan sólo se encuentra el abismo... Mmm, aunque pensándolo mejor, el objetivo no es volverme una boluda más en la ciudad de la furia, sino exprimirla como una naranja cuyo jugo será vertido en la ensalada de frutas que llamo vida (¿cómo estoy eh?).

martes, 28 de diciembre de 2010

Aquí en la tierra

En estos tiempos de cierre de año me encuentro meditabunda. Estoy por hacer un cambio GRANDE en mi vida y, si bien rompí mucho la existencia de cuanto ser humano me rodea para poder lograrlo, ahora que falta una semana (como mínimo) para hacerlo, no sé si está en mí el coraje de llevar a cabo mi cometido. Supongo que cualquier hijo de vecino tiene miedo al cambio, pero yo me parezco mucho a la chica esa de la propaganda de detergente que cuando las cosas se acaban queda loca. Bueno, en este caso no es lo que se acaba lo que me tiene dando vueltas calladita (porque si alguien se entera es probable que me putee) sino lo que está por empezar. Desde que tengo uso de razón he querido vivir en Buenos Aires. Son anécdota familiar las pataletas en Retiro siendo niña cuando debía volver de las vacaciones de invierno pasadas en el depto de Chacarita donde vivían mis abuelos. También puedo recordar que hice todo lo que estuvo a mi alcance para que mi madre y mi tía no vendieran dicho depto al morir los viejos, porque mi idea adolescente era armar los bolsos una madrugada y escaparme para ir a ser descubierta por Cris Morena mientras paseaba por el Alto Palermo. Al terminar la secundaria también insistí hasta el hartazgo para que me dejaran vivir allá mientras estudiaba, pero no hubo caso, y, como ya saben, terminé bastante más al norte, viviendo en Tucumán. Durante años mis visitas que iban a durar tres día duraron una semana como mínimo y siempre volver a Posadas ha sido lo más horrible del mundo. Hasta ahora. Habiéndome recibido y contando con dos posibilidades laborales puedo mudarme. Hasta tengo dónde quedarme; gracias a la generosidad de una amiga que sólo me pide que le pague las expensas mientras ella se va de mochilera por el sur. Hasta tengo un tortolito que me espera con damascos y mimos y los brazos abiertos. Pero ahora que falta tan poco ya no sé si me quiero ir. O sí, quiero, pero tengo miedo. Tengo miedo de dejar mi casa propia, mi madre lejos y la incertidumbre de si puedo llevar a mis gatos conmigo o no. Tengo miedo de que los laburos se caigan y no encontrar nada. Tengo miedo de que llegada la hora en la que mi amiga venda su casa no encuentre un alquiler que pueda pagar y termine viviendo en una plaza (con o sin gatos). Tengo miedo de que las cosas con el tórtolo no funcionen, y aunque no sea un factor determinante porque el deseo de vivir allá tiene historia, sé que todo es más fácil si tenés alguien que te abrace y te diga que todo va a salir bien. Tengo miedo de perderme y, aunque Clarín diga lo contrario, uno de los miedos que no tengo es a que me maten en la calle cuando salga a comprar puchos. 
Es raro, tengo mis ganas bailándome la tarantela en las narices, la posibilidad de estudiar carreras que acá no hay, de hacer cursos antes impensados, de ver recitales, de ir al teatro y de todo eso que siempre pasan por la tele y puteo por estar lejos... pero tengo miedo. Miedo a no saber si hay una red cuando pegue el salto entre la seguridad cotidiana y la inseguridad del ideal regado de infancia.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Cerrando puertas

A veces uno deja lugares, cosas o personas atrás, y retiene sólo los buenos momentos e idealiza el recuerdo, haciéndolo verse tan maravilloso y sublime que la nostalgia sigue formando parte de su vida diaria, y en este diario vivir no falta un momento en el que uno suspire y recuerde con una sonrisa. Pero volver y rescatar lo bloqueado, preguntar los "por qué" de ciertas cosas y analizarse ahora a la distancia puede ser muy iluminador. Y en eso ando en estos días tucumanos que hace tanto dejé de vivir. Cinco años (a cumplirse el 10 de enero) pueden ser mucho tiempo... pero para bien, siempre para bien.